El primer momento de color se mostraba ante los ojos del equipo tras años, o quizás siglos de ocultamiento. Se trataba de una capa mucho más antigua que la de los patrones existentes en los muros antes mencionados...
En la precordillera de Arica y Parinacota encontramos entre cerros sagrados y terrazas de cultivo, el poblado de Belén, antiguo Tocoroma. Su trama reticular gira en torno a una plaza que acoge dos templos de adobes y piedras, el de la Virgen Candelaria y el de Santiago Apóstol. El de Santiago es el lugar donde la comunidad se reúne para celebrar su espiritualidad cristiana andina. Y es hoy objeto de un proyecto de restauración integral financiado por Gobierno Regional de Arica y Parinacota y SUBDERE.
La restauración es sub-ejecutada por Fundación Altiplano de acuerdo al modelo conservación en comunidad desarrollado en el Plan Templos Andinos de Arica y Parinacota. La conservación con el valor y la necesidad comunitarias como propósito del esfuerzo, ejecutada en sistema escuela taller con empleo y aprendizaje para personas de la propia comunidad. El trabajo cuenta con un taller dedicado a la restauración de los valiosos bienes culturales que integra el templo: retablos, imaginería, policromías en muros y carpinterías.
Durante sus labores, el equipo de bienes culturales descubrió nuevas capas de información presentes en el templo, que aportan una mayor comprensión de la construcción de imaginarios visuales presentes en las relaciones del mundo colonial andino, tanto en los patrones, sistemas de producción, tendencias y procesos. Específicamente, nos referimos a los casos de hallazgos de pintura mural en el interior del templo, que aparecían ocultos y cuyo único testimonio eran los datos presentes en el Archivo General de Indias de 1793, donde se menciona que “la iglesia parroquial es de adobe con portada y arco toral de cal y piedra blanca, techumbre interior de madera y estera de caña, y el exterior de paja, toda ella pintada finamente”
Es interesante destacar que tras las calas exploratorias realizadas por el equipo de Bienes Culturales del proyecto, no aparecieran en el templo mayores indicios de la pintura mural bajo las capas de cal y de los revoques de barro. Fue precisamente en el momento de la eliminación controlada de estas capas, como parte del proceso de consolidación y refuerzo sismo resistente de los muros de adobe, que se logró confirmar la presencia de pequeños rastros de pintura ocre amarillo y rojo ocre. En este punto, jugó un rol importantísimo la experiencia del equipo a cargo, que gracias a un trabajo sistemático y altamente dedicado al rescate de estos hallazgos, detuvo inmediatamente las labores de eliminación de los revoques, informó al comité del proyecto y al Consejo de Monumentos Nacionales e intensificó de manera exhaustiva la realización de nuevas calas de prospección.
Gracias a estas acciones se logró descubrir en el muro evangelio (oriente) y muro de pies (sur) tramos un poco más extensos de pintura mural donde se apreciaban diseños de una mayor complejidad, en los que se integraban patrones orgánicos y una paleta de color más variada, muy similares a la factura, diseño y colores del caso de la pintura mural de San Andrés de Pachama. En ese momento se presentaron ciertas dudas respecto a la aparición de estos trazos de ocre amarillo y rojo ocre de manera aislada y aparentemente sin lógica ¿A qué tipo de patrón y momento respondían estas evidencias? Fue entonces cuando la respuesta se reveló gracias al desmontaje parcial del Altar Mayor. Bajo este entramado histórico, se reveló la existencia de franjas verticales ocres y rojas, un poco cubiertas de cal y polvo, pero claramente entendibles: El primer momento de color se mostraba ante los ojos del equipo tras años, o quizás siglos de ocultamiento. Se trataba de una capa mucho más antigua que la de los patrones existentes en los muros antes mencionados, era una composición de factura sencilla, sin más ornamentos que la linealidad de los bloques de color.
Estos tesoros que guardan y esconden los templos de la precordillera son de una gran relevancia no sólo como objeto de estudio, sino que, en distintos niveles, actúan como catalizador de nuevos procesos de valorización desde las comunidades, tratándose de espacios de cultura viva que unen y son puente entre nuestro presente y la memoria histórica de los pueblos.
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Por Liliam Aubert, directora del Taller de Bienes Culturales del Proyecto de Restauración San Santiago de Belén y Elisa Olivares, encargada de Bienes Culturales.
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